Mía, mi dulce Mía, mi flor del amanecer, mi primer
amor. Eres mía y siempre lo serás, desde Liverpool hasta Hamburgo, desde
Hamburgo hasta el fin del mundo. Te amare por siempre y tú me amaras también.
Entre tristezas y felicidad, entre
rechazos y compromisos.
¿Qué fue de mi después de demostrarle mis
sentimientos apenas claros?, en esa habitación oscura llena de sollozos. Ella
solo me miro como cordero recién nacido en busca de su madre y lloro más
fuerte, con más dolor y culpa. Tenía fama, dinero y podía tener a quien
quisiera en mi cama o corazón, pero esa chica que había abrazado tan
fuertemente, ya era dueña de esas dos cosas, se las había robado en mi
adolescencia y en la adultez se negaba a devolvérmelas con fervor y malicia. En
esos días de los años sesenta, los matrimonios si existían eran de fachada y
los noviazgos de primer amor de verano, solo eran de verano, quedándose allí,
como un recuerdo ausente que se negaba a huir pero que siempre había
desaparecido y muerto. Entonces mi matrimonio con Mía, era extraño, era
igualmente de fachada, las infidelidades eran igual de regulares que los besos
de buenos días y la comida en la alacena igual de regular que la marihuana en
nuestros cajones. Nuestra generación se había liberado por dos, nacer entre
bombardeos nazis fue algo que nos quedo y nos hizo tener una juventud parecida
a una bomba, como las que caían entre
nuestro primer llanto. Aun intento descifrar porque le pedí matrimonio en
primer lugar, no sé si fue porque Isabelle necesitaba un padre, porque la
prensa siempre estaba encima de nosotros o porque Jane había muerto y no quería
estar solo. Probablemente las tres anteriores son la razón, tres convertida en
una que me atormento por un año y medio y que nunca aclare, porque no valía la
pena, porque ya todo estaba hecho y arruinado.
El final de las giras, el final de las orgias con
rubias de 17 años y de las fiestas en suites americanas de hotel, nos marcaban
un nuevo comienzo, que era más un reto que cualquier otra cosa, que era más
fuerte que en un mal viaje en LSD y mucho más riesgoso que la misma
infidelidad. Por primera vez todos estábamos enamorados, todos habíamos crecido
y creo que fue en el peor momento, porque el verano del amor estaba a la vuelta
de la esquina y la revolución hippie con mucha hierba y música psicodélica ya
empezaban a apoderarse del mundo. Sin embargo, en esa granja con muchos
arreglos por hacer, eso no había llegado y probablemente nunca lo haría y lo vería
solo desde el cielo, como vio tantas veces antes, aviones pasar cargados de
bombas con destino a nuestras ciudades o ya con las bombas descargadas al lado
de nuestro de lugar de nacimiento. Ya la cama no estaba ahí, ni los sollozos,
en cambio, el humo de cigarrillo era ahora mi única compañía, en esa pequeña
sala con chimenea casi inservible y quizás muy usada. Las palabras que Mía me había
dicho a la mañana siguiente, me mantenían callados y pensativo, con ella afuera
de la misma forma. “Ahora déjame sola”, la escuche decir con voz pastosa, dando
un portazo para jamás volver. Teníamos a nuestra hija muy lejos de ahí, así que
nada nos unía pero al mismo tiempo sí. Ese amor que le había profesado tantas
veces -con borracheras encima o completamente sobrio- y por última vez la noche
anterior, provoco que me contara un secreto y lo que la tenía en su última confusión.
Llevaba de nombre Thomas y de apellido California, me conto absolutamente todo
lo que él le había dicho en Manchester y como no le parecía tan mala idea ya
que nuestra relación no funcionaba. Yo quería que funcionara, ahora sí, ¿Por
qué no lo entendía?, quería salir a donde estaba y decírselo, gritárselo, lamentárselo,
de rodillas o de pie. Había jurado a los 15 años que Mía seria mía para siempre
así que no podía dejarla ir, no así tan de repente, quitándome todo lo que me había
ofrecido en Paris a comienzos de 1964 y dado a comienzos de 1965 en esa
capilla.
Una brisa fresca de casi otoño, revolvían su
cabello ya de nuevo oscuro y sus ojos perdidos en el horizonte, que venían de
regreso a casa, de su mente, se posaron en mi. Me pare en la puerta, con ganas
de alcanzarla o mejor huir y dejarla finalmente en paz, pero ella lo hizo más difícil,
quedándose parada en medio pasto, sin zapatos y sin abrigo, ya no con su mirada
perdida en un destino, si no con su mirada perdida en mí. Con sus ojos color
esmeralda, preguntándome cosas, reclamándome cosas, diciéndome cosas en
susurros o en voz alta. La escuchaba en silencio, ella con los brazos cruzados
y los pies muy juntos y yo recostado en el marco de la puerta y mariposas en el
estomago. Mi Bardot ya era una mujer, ya no era mi Bardot y yo ya no era el
chico con ganas de tener una novia hermosa para mostrar como si fuera un auto,
ahora era un hombre con ganas de amar a quien siempre había amado de verdad. Y
trataba de decírselo, trataba de decirle tantas cosas; cosas que debía decirle desde
hace tiempo pero que el mismo tiempo las había atrasado. Ella insistía con sus
ojos esmeraldas que las dijera, todavía unos metros alejada de mí, por primera
vez a punto de abrir la boca….
-Es tu decisión. Dijo tranquilamente, sin moverse
-¿Sobre qué?. Pregunte inocentemente e incomodo
-Sobre lo nuestro, es tu decisión porque tu lo
comenzaste, ¿recuerdas?. En Liverpool, en la salida de la escuela, cerca de la
tienda de discos y heladería, con las palabras: te verías muy bien rubia, tus
ojos resaltarían más. Tu lo comenzaste
Paul y tú tienes la decisión de terminarlo, no yo o Thomas, ni siquiera
Isabelle o la banda
-¿Qué va a pasar si lo termino?, ¿te volveré a
ver?
-Siempre nos volveremos a ver, estamos conectados
-¿Y si lo comienzo de nuevo?
-Ya nada será igual…
Con una risa ahogada, le sigue la corriente, acercándome
y extendiéndole la mano para ir a dar un paseo. Ella la rechazo pero acepto lo
segundo. En el camino un nuevo silencio se apodero de lo nuestro, pero en un
punto, en medio de la casa y cerca de la costa, se detuvo de un momento a otro,
retrocediendo para alcanzarla otra vez.
-¿Todavía sabes bailar?. Pregunto con sorna, extendiéndome
la mano que recién había rechazado
-Sí, supongo
-Bien, entonces supongo que te debo un baile. ¿Te
acuerdas?
Y lo recordaba, fue una noche de marzo de 1958. Ella estaba en la pista de
baile, dando vueltas al ritmo de la melodía de cualquier canción que sonara y guiándose
por cualquiera que la invitara a seguir la danza. Yo quería ser el próximo así
como muchos otros. El rechazo era tan natural en ella hacia mí, que
naturalmente escogió a todos antes de mí, excusándose de estar cansada al final
de la noche, mientras Smoke Gets In Your Eyes de The Platters sonaba y yo
deseaba bailarla con ella, lentamente, cerca de sus labios. 8 años después, ya
no estaba cansada y era mi turno, incitándome a cantar la canción o lo que me
sabia de ella, luego de acercarla a mí y ella rodeara mi cuello con sus brazos.
Transportándonos a ese año cuando apenas teníamos 15/16 años y todo era fácil y
sin presión alguna. Su mirada brillaba como esa noche y mi sonrisa de pobre
chico enamorado no se había extinto aun. No sé si marco el comienzo donde ella
dijo que nada sería igual o un fin de inocencia y amores a primera vista. Lo
que si se es que casi tres minutos después, nos fundimos en profundo beso; el mismo
que yo siempre desee darle y que nunca nos habíamos dado.
-Me miras como aquella vez cerca de la tienda de
discos. Dijo entre pequeñas risas que me contagiaron e invitaron a reír
-Es porque te sigo amando de la misma manera y más
fuerte que esa vez
-¿De veras?
-Aja, ¿no me crees?
-Siempre lo he creído, pero yo soy una rompe
corazones sin sentido
-¿Me amas por fin?, ¿o aquella vez que me lo
dijiste no era verdad?
-Si lo era, te amo Paul, desde esa tarde cerca de
la tienda de discos
-No te creo, tú amabas a Stuart en ese tiempo,
nunca a mí
-Lo de Stuart nunca fue serio, parecía pero en el
fondo no lo era, en el fondo nunca nos amamos lo suficiente. Porque él buscaba
algo más intenso e interesante y yo te amaba a ti a escondidas
-Eres una linda mentirosa
-No es mentira, por eso acepte casarme contigo
-¿Y ahora que va a pasar?
-Nos amaremos hasta el fin de los tiempos….juntos
o no
De vuelta a casa, nos encerramos en nuestra habitación
todo el día, amándonos mutuamente por primera vez en nuestras vidas. Ya ella no
era Lucille, ni yo el Beatle que todo el mundo deseaba. Solo éramos dos
personas jóvenes con ganas de querer. Éramos de nuevo los dos inexpertos en
todo que se habian conocido una vez por casualidad, éramos la chica fotógrafa y
rompe corazones y yo el chico que no se quitaba la guitarra de encima y era
rebelde.
-Te amo. Le oí decir en un susurro, mientras me seguía
despeinando
-Yo también, toda la vida
Al rato, nos acordamos que en el centro habría una
fiesta, con mucho Whiskey y música. Pensamos
que sería buena idea aparecerse y disfrutar de nuestras vacaciones, hasta el
momento un poco deprimentes. Nuestra presencia no era para nada esperada allí,
pero nadie nos molesto ni interrumpió, aunque algunas chicas se acercaron a
saludar y tomaban fotografías a los lejos. Mía solo se burlaba de mí, pero eso
era lo que había conseguido por llevar una guitarra siempre encima y conseguir
fama. La banda que tocaba en el escenario era bastante buena y cuando empezó a
tocar canciones de Elvis y Chuck Berry, salimos a bailar de nuevo. Mía pensaba
que debía pagarme todos los bailes que le había rechazado y no tuve queja,
porque ella era la mejor bailarina de Rock and Roll que había conocido y teníamos
mucho tiempo de no bailar esa música. Probablemente desde los 19 años o antes.
-¿Has tomado una decisión?. Pregunto en medio de
una canción lenta y las luces a medio apagar
-Sí, no te dejare ir, no puedo
-¿Entonces….?
-Volveremos a comenzar todo de nuevo. Si quieres
-¿Tu quieres?
-Que pregunta tan tonta has hecho
-Quizás
Cuando las luces se volvieron a encender del todo,
la vi quitarse el collar que yo le había dado el día de nuestra boda y que compartía
con uno de Stuart, y guardarse este ultimo para dejar solo el mío. Guiñándome
el ojo como le gustaba hacer para seducirme. Era fue la mayor señal de que me
aceptaba por fin, que aceptaba estar conmigo y me amaba. Ya no más Stuart, ni
despecho, ni nada parecido. Ahora éramos ella y yo, solo ella y yo. Finalmente mi
sueño de la adolescencia, mi último sueño, se había cumplido y mi vida ya
estaba completa. El llanto, las perdidas
y traiciones, ya no existían. Tendriamos mas hijos y una segunda casa en el
campo, donde ir cuando estemos demasiado cansados y hartos de Londres. Donde
ella podría escribir y yo componer sin interrupciones y donde Isabelle crecería
alejada de cualquier cosa mala de la ciudad. Escocia, nos dio una nueva
oportunidad, que jamás desaproveche, ni ella.
Mi dulce Mía, ya no se iría, ni se reiría de mi.
Mi dulce Mía estaría a mi lado para
siempre, ya no habría penas, ya no tantas como las de antes. California esperaría
pero conmigo, porque yo había llegado primero a su corazón y había tocado su
puerta más de un millón de veces, notándolo hasta ese día. Mía, ya no me
devuelvas el mío, que con el tuyo puedo sobrevivir lo suficiente y mas allá….
FIN
FIN